Caracas, 15 Sep. AVN.- Corre la década de los años 50 en una hacienda cafetalera y productora de cacao del estado Sucre, justo en el municipio Cajigal y cerca del entonces asentamiento campesino Yaguaraparo. Allí el trabajo es duro y todos, pequeños y grandes, tienen que ganarse el pan. Benita Rodríguez, sus 11 hermanos y su madre son parte de esa faena, a la que suman los quehaceres del hogar que "deben" cumplir las mujeres de la casa.
La jornada es necesaria para que el padre de Benita cumpla con los 12 hijos que tiene en la hacienda y los otros 16 que se encuentran en el pueblo Yaguaraparo. En entrevista con la Agencia Venezolana de Noticias (AVN), Benita narra parte de esta historia, esa que mantiene viva después de 60 años.
Escucharla es constatar lo que dice de si misma: es una rebelde, sobre todo cuando habla de uno de sus grandes anhelos: estudiar. Venir de una familia analfabeta no le impide a la niña Benita soñar con la lectura y con deslizar un lápiz por un cuaderno. No ve esa posibilidad tan lejana, pero debieron pasar 53 años para que su sueño se cumpliera.
Con frecuencia, familias caraqueñas visitan la hacienda para adquirir los productos y llevarlos a la ciudad capital. Los de Caracas comentan las bondades que ofrece la ciudad: salario, estudio y mejor forma de vida. Benita tiene 11 años de edad y no ha visto más que café y cacao, la oferta le parece atractiva y junto a varias hermanas emprende el viaje.
"Ellos decían que nos darían cosas y mis padres como no podían mandaban a uno a la capital. Nos prometían cosas que no cumplían; trabajábamos mucho y sólo daban vacaciones en diciembre", cuenta.
Benita se traslada a Caracas con la meta del estudio. Sus hermanas y ella son ubicadas en casas de familia como trabajadoras domésticas. La jornada es larga, incluso más que en la hacienda, pero la joven sigue empeñada en su sueño, tanto que trata de inscribirse en una escuela nocturna justo cuando su padre se entera.
"Mi papá decía que la mujer lo único que tenía que hacer era trabajar en la casa y tener una familia. Cuando mi papá descubrió lo de la escuela me dijo que si lo hacía me mochaba la mano. Entonces yo le prometí que no iba a estudiar nunca, pero que tampoco volvería a Yaguaraparo", relata mientras se toca la muñeca derecha.
La joven sucrense cumple sus palabras. No se olvida del estudio, la investigación, la búsqueda y la innovación. Aprende a cocinar y siendo adolescente comienza a preparar dulces y tortas.
A sus 16 años, a Benita le llega el amor. Conoce al que cuatro años más tarde sería su esposo y compañero de vida. Con él tiene tres hijos, a quienes les inculca la importancia del estudio.
Sin embargo, no se queda allí, inquieta siempre, conoce la realidad de los niños de las zonas rurales de Sucre, y decide traerse a varios a Caracas. En su casa crió y garantizó todo para la educación de 15 niños.
En una casa grande, cómoda para que vivieran 20 personas, la ahora caraqueña los vio crecer a todos. El hogar, en aquel momento estaba ubicado frente a la que hoy es su casa, en el callejón Lugo, sector La Quebradita, en San Martín, Caracas.
"Mi esposo trabajaba de mesonero y yo me las arreglaba con ese poco de muchachos. Hoy mis tres hijos son profesionales y los otros 15 también estudiaron, varios de ellos llegaron hasta bachillerato", dice con satisfacción.
53 años después
Benita ya es abuela, sus hijos ahora son grandes. La casa en la que habitaron 20 personas se quedó con dos y casi siempre con una, con ella, pues su esposo trabajaba como mesonero prácticamente todo el día. A esta mujer optimista le toma por sorpresa la soledad y todo se le complica con una severa depresión.
Cuenta que por su mente pasaron varias cosas y una le devolvió las ganas de seguir adelante. Fue entonces cuando le dijo a la doctora que le trataba: "Voy a hacer algo que nunca he hecho y siempre he querido hacer: estudiar".
Opciones de estudio se le presentan a Benita, entre ellas la Misión Robinson, que recién había lanzado, en 2003, el presidente Hugo Chávez, para que toda la población venezolana, especialmente personas de la tercera edad, que como Benita no tuvieron la oportunidad de estudiar o que fueron excluidas del sistema escolar, se alfabetizaran.
"Y ese fue el terror más grande de mi vida, es lo más horrible; por eso mucha gente no quiere estudiar, por el miedo de que se burlen de uno. Había una señora que se burlaba y me decía que si iba a estudiar que me pusiera un uniforme y unas colitas. A mi me daban muchas ganas de llorar", expresa sentada en un mueble de su pequeña casa y frente a una biblioteca repleta de libros, muchos de sus hijos, otros de ella.
Yo, sí puedo y casa fueron las palabras que a sus 57 años leyó Benita por primera vez, luego de un proceso de formación arduo. Escribir fue lo que más le costó: "Tenía presente las palabras de mi padre, soñaba que me mochaba la mano", recuerda.
En todo ese proceso de adaptación la acompañaron sus hijos y esposo, lo cual fue fundamental para que Rodríguez, quien comparte el mismo apellido del gran maestro Simón Rodríguez, dejara sus miedos y emprendiera un camino de conocimientos.
"Cuando leí la primera frase, unir las letras me costaba mucho. A uno se lo enseñan con una cartilla por letras y números. Para enseñarme a escribir el nombre me tenían que agarrar la mano y eso fue difícil", describe y se traslada al 2003, año en que comenzó a aplicarse en Venezuela el método Yo, sí puedo, creado por especialistas cubanos que ha enseñado a leer a 6.000.000 de personas en 28 países.
Benita no sólo cursa Robinson 1 - la primera misión educativa en Venezuela, que ha alfabetizado a 2.756.000 personas en todo el país- sino que continúa la fase 2 y asume la “Batalla por el sexto grado”, programa que este lunes 15 de septiembre cumple 11 años. Luego sigue sus estudios y se gradúa de bachiller con la Misión Ribas y pasa a la Misión Sucre para estudiar la carrera universitaria Gestión Social.
En esta última permanece sólo cuatro meses junto a su esposo, quien enferma y ambos se retiran. El amor que Benita siente por el estudio se refleja en su hogar: libros, muchos libros reciben a quiénes como el equipo de AVN tienen la oportunidad de visitar su casa. En la sala también reposa un computador, de los primeros que salieron.
Es en este equipo donde Benita y su compañero de vida pasan la mayoría del tiempo: investigando, revisando, leyendo, aprendiendo historia y buscando recetas. Con sus nietos comparte anécdotas, la mayoría del libro La culpa es de la vaca, de Jaime Lovera y Marta Bernal.
Helados, tortas y galletas preparados de manera exquisita son vendidos por Benita en su casa, para ayudar con el sustento y entretenerse junto a su esposo. El espíritu innovador de esta emprendedora crece cada día. Así, con las recetas que ahora lee, ha aprendido a preparar de todo: arepas de los más diversos sabores, de zanahoria, pepino, remolacha, chayota, auyama, pira y muchas más.
A sus 64 años, Benita no pierde la esperanza ni las ganas de continuar sus estudios. "Uno debería ser como cuando se enamora, que así a uno le digan que no lo quieren, uno sigue ahí, y yo digo entonces ¿por qué uno no hace lo mismo con una carrera?".
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